martes, 10 de febrero de 2015

Sistemas Ciencia, Tecnología, Sociedad (T11)


En esta época de “prioridades” presupuestarias y reducción general del gasto público puede parecer  en principio difícil de justificar la necesidad de estimular la producción científica como una fórmula de incrementar el progreso de la sociedad en su conjunto.

Sin embargo, basta con ver el artículo de Ángel Pestaña para darse cuenta de tal necesidad. Especialmente preocupante me ha parecido la situación que se describe en relación con el resto de países de la Unión Europea y la estimación de que no alcanzaremos su nivel de desarrollo científico-tecnológico hasta dentro de algunas décadas. Todo ello teniendo en cuenta que el autor alude al frenazo que supuso la crisis económica de principios de los años 90 del pasado siglo y que, como tristemente estamos comprobando, fue poco mas que una broma al lado de la situación actual.

He tratado de actualizar el dato relativo al porcentaje del PIB invertido en I+D y rápidamente he podido confirmar esa desigualdad que sufrimos en relación con los estados más avanzados a nivel europeo y mundial. Según un artículo publicado en El País en noviembre del año pasado (incluyo a continuación la infografía que lo acompaña), en la última década España ha caído dos puestos en la clasificación europea, ocupando en la actualidad el decimoséptimo lugar de un total de 28 estados miembros. Así, mientras nuestro país destina el 1,24% del PIB a la I+D, Finlandia, Suecia y Dinamarca lideran el ranking con niveles superiores al 3%. Por su parte, Francia y Alemania, principales potencias económicas europeas, se sitúan por encima del 2,02% que marca la media de la Unión. A nivel global, Corea del Sur y Japón se encuentran a la cabeza con el 4,04% y 3,38% respectivamente.

Gasto en Investigación y Desarrollo en los países de la UE, en % del PIB. Fuente: elpais.com

Urge corregir esa brecha que nos separa del resto de países de nuestro entorno más cercano, ya que el nivel de inversión en I+D se encuentra directamente relacionado con el desarrollo y progreso de las economías. 

Sin embargo, decía al principio que de cara a la sociedad quizás no resulte tan sencillo justificar un incremento del gasto público en ciencia. Un rápido vistazo a los anteriores datos bastará para advertir la conveniencia de incrementar la inversión en I+D. Pero me planteo el papel que en todo este marco desempeñan las ciencias humanas y sociales. Es decir, serán muy pocos los que se encuentren en desacuerdo con financiar programas de investigación que tengan como fin la cura de una determinada enfermedad o la búsqueda de alternativas energéticas más eficientes, pero cuando el objetivo de la investigación sea, por ejemplo, analizar un concreto fenómeno social o histórico, puede que empiecen a aparecer las dudas.

Y es que, en este sentido, creo que el esquema “ciencia, tecnología, sociedad” se percibe de una manera excesivamente finalista, ya que todo aquello que no acabe en una patente que nos haga la vida más sencilla parece descartarse de inicio. Me pregunto al hilo de esto último dónde queda aquella aspiración de búsqueda de la verdad que movió a los primeros científicos a desarrollar sus investigaciones. Porque parece que en la actualidad la ciencia empieza a ponerse a servicio de la tecnología, de modo que la viabilidad de un proyecto comienza a medirse también exclusivamente en función de los beneficios económicos que puede implicar.

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